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Ciencia, tecnología y ética en los orígenes de la ciencia moderna: el caso de Jonathan Swift (1667-1745)
Guillermo Boido
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires Asociación de Filosofía e Historia de la Ciencia del Cono Sur (AFHIC)

Cuando nació el irlandés Jonathan Swift, en Dublín (1667), la Restauración inglesa llevaba ya siete años y la Royal Society, empeñada poner en práctica el programa utilitarista de Francis Bacon, cinco. El partido Whig comenzaba su oposición al gobierno de Carlos II, con pretensiones absolutistas, que a la larga culminaría con la llamada Revolución Gloriosa de 1688. Con ella quedó establecida la supremacía del Parlamento sobre el rey. Cuando Swift murió, en 1745, a los setenta y ocho años de edad, afectada ya sin remedio su salud física y mental, Inglaterra libraba sin cesar batallas con españoles y franceses, gobernaba Jorge II, de la casa alemana de Hannover, quien manifestaba más interés en administrar sus posesiones germanas que las de Inglaterra. Se hallaba en pleno desarrollo la Ilustración en Francia, y la tierra natal de Swift, Irlanda, sojuzgada por el poderío inglés, estaba sumida en el hambre y la miseria. Por ese entonces, los cultores de la ciencia newtoniana, en particular los miembros de la Royal Society, afirmaban que ésta no habría de tener límites en cuanto a realizaciones. Hombre de dos mundos, Irlanda e Inglaterra, Swift abominó del uno y del otro, del vasallaje que Inglaterra ejercía sobre Irlanda y de la sumisión irlandesa ante sus déspotas, aunque fuera considerado en cierto momento, por apoyar las reivindicaciones de su país, un héroe entre los nacionalistas irlandeses.

Si bien por su origen Swift había sido miembro del partido Whig, pretendidamente "progresista", acabó por romper con él y adherir a los Tories durante el predominio de éstos en Inglaterra (gobierno de la reina Ana Estuardo, 1702-1714); por entonces fue director de un periódico Tory, The Examiner. Finalmente, acabó por descreer de ambas facciones y del comportamiento de la clase política en general. Fue testigo de innumerables calamidades políticas y bélicas, de cuanta muestra de corrupción, superficialidad y arrogancia dominaban la escena pública inglesa, de la condición infrahumana en la que estaban sumidos los desposeídos irlandeses. Dio cuenta de ello, sin tapujos, en innumerables páginas satíricas, a veces de una tensión insoportable, que no tienen parangón en la historia de la literatura inglesa y quizás universal, y destinó algunas de sus diatribas más lapidarias a las arrogantes pretensiones de la ciencia de su época y sus instituciones. Su carácter de cristiano practicante y ministro anglicano no le impidió escribir: "Tenemos bastante religión para hacernos odiar, pero no a suficiente para hacer que nos amemos los unos a los otros". Convertido en su vejez en un misántropo sin remedio, dispuso en su testamento que sus bienes fueran empleados en la construcción de un hospicio "para idiotas y lunáticos". Escribió su propio epitafio, que hoy se puede leer en la catedral de San Patricio de Dublín: "Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad". Sin duda, a su manera y a pesar de sus excesos, lo fue.

En 1935 el historiador francés Paul Hazard publicó un influyente libro, La crise de la conscience Européenne (1680-1715), en el cual sostuvo que todas las ideas básicas de la Ilustración se hallaban ya presentes en el período indicado en el título, el cual habría configurado una suerte de Nuevo Renacimiento o Protoilustración. Desde entonces, aquellos personajes que florecieron en dicho intervalo, como Newton y Locke, han sido llamados “de la generación Hazard”. La tesis de Hazard, que ha soportado exitosamente la prueba del tiempo, se funda en cuatro aspectos: 1. La difusión del cartesianismo y su método, apto al parecer para cuestionar y sustituir un venerable conocimiento que, según se había creído, era inexpugnable. El pensamiento racional cartesiano parecía poder aplicarse a la religión, a los estudios políticos, al designio divino, y eliminar la creencia en brujas o milagros. 2. Las exposiciones públicas acerca de la nueva ciencia, como las de Fontenelle, acercaban el saber científico a vastos sectores de la población, más allá del dominio de los expertos. 3. Los Principia newtonianos eran presentados como el ejemplo culminante de cómo, exitosamente, era posible lograr la confluencia de las aproximaciones matemática y experimental para el estudio de la naturaleza. 4. Finalmente, la filosofía de Locke era concebida como el compendio de la crisis integral del pensamiento europeo, dada su eliminación de la metafísica como fundamento perenne de argumentaciones acerca de las cuales no podían caber dudas. Esta modificación era posible por la tranquila convicción de Locke de que, después de esta drástica cirugía practicada en los modos tradicionales de pensamiento, algo tangible y razonable permanecería para siempre: la ciencia.

Swift, quien vivió en ese período, atacó todas las manifestaciones de tal Protoilustración. Como cristiano y ministro anglicano, abominó del cartesianismo, conducente al ateísmo; consideraba a las exposiciones públicas acerca de la nueva ciencia como una suerte de pedantería y superficialidad; la ciencia newtoniana y su afán de matematizarlo todo, al menos en las jactancias académicas, pretendía a su juicio invadir territorios de la filosofía y la religión que le eran ajenos; creía, finalmente, que las afirmaciones de Locke y otros filósofos de que sólo la ciencia habría de ser la única fuente de conocimiento era una infundada manifestación de soberbia. De hecho, ciertos críticos han hallado en algunos textos de Swift la condena explícita de la filosofía de Locke.

En este trabajo intentamos responder dos preguntas. La primera, si el pensamiento crítico de Swift podría estar justificado a la luz de las pretensiones de la ciencia de su época, y en particular la que practicaba y/o proyectaba la Royal Society por entonces. La segunda, si es posible concluir de sus críticas una clara y radical posición anticientífica o bien si ellas admiten matices que las atemperan, e incluso conforman una anticipación de las críticas a la actividad científica actual. El análisis está centrado en el tercero de los viajes del capitán Lemuel Gulliver, alter ego de Swift, Travels into Several Remote Nations of the World (1726), y en particular la visita que realiza el protagonista a los reinos de Laputa y Balnibarbi.

Nuestra conclusión es que el embate de Swift no está dirigido contra la ciencia misma, sino contra las prácticas que bajo el falaz rótulo de "ciencia" encubrían formas diversas de palabrería, petulancia, pretensiones desmedidas, extravagancias y seudociencia. En modo alguno puede ser concebido como un enemigo de la auténtica ciencia. Swift aprobaba sin tapujos el programa utilitarista de Bacon, cuya corrupción y descarrío denunciaba. Escribió, con palabras que atribuye al rey de Brobdingnag, que la ciencia es de mayor utilidad que la política: "quien pudiera hacer crecer dos espigas de grano o dos briznas de hierba en un trozo de terreno donde anteriormente sólo crecía una, merecería el agradecimiento de la humanidad y haría un servicio más substancial a su país que toda la casta de políticos juntos". De haber adherido Swift al optimismo de la Ilustración, quizás hubiese podido advertir en mayor medida todo aquello que razonablemente la ciencia podría hacer en el futuro por el mejoramiento de la situación humana. Pero era Jonathan Swift, y no pudo (ni quiso) dejar de testimoniar su compasión por un mundo sufriente ni denunciar a los poderes capaces de devastar al ser humano bajo el estandarte del "progreso". No podía, por tanto, aprobar la proclamada y no todavía comprobada certeza de los cultores de la recién nacida nueva ciencia en cuanto a sus poderes redentores de la condición humana.

El viaje de Gulliver a Laputa y Balnibarbi es una forma temprana de ciencia ficción en la tradición pesimista que habrían de encarnar más adelante las obras de H. G. Wells o de George Orwell. Pues Swift señaló claramente el riesgo de depositar una exagerada fe en las posibilidades liberadoras de la ciencia, al margen de cuánto hipotéticamente podía esperarse de ella para el mejoramiento de la sociedad. Percibió, mucho antes de que otros lo hicieran, la dualidad y ambivalencia de los usos del conocimiento para la prosperidad o bien para la degradación de la humanidad, es decir, la conexión de los problemas de la filosofía natural con los de la filosofía moral. La gran metáfora que nos presenta en el tercer viaje consiste en que la tecnología que ha permitido construir la isla voladora en la que está emplazado el reino de Laputa acaba siendo a la vez el instrumento por medio del cual los laputenses oprimen políticamente al reino de Balnibarbi. Swift insistió muchas veces en que el ser humano debía ser razonable, y que sus esfuerzos debían a la vez ser útiles y amparados por un sentido moral, pero halló muy poca utilidad y moralidad en la ciencia de su tiempo. En el mismo sentido, Pilar Elena destaca que, en la Academia de Lagado, Swift satiriza una manifestación del capitalismo de principios del siglo XVIII, la aparición de los "proyectistas": "La especulación ya no es aquí la reflexión 'etérea' de los laputenses, sino la actividad que persigue una rentabilidad económica: los proyectistas de Lagado no ponen en manos del Estado sus inventos sino que esperan de ellos el beneficio económico individual, y sus proyectos, como ocurría en la realidad, abarcan los más diversos campos, desde las ciencias naturales y las técnicas aplicadas, a la economía y la política". En síntesis, Swift no estuvo dispuesto a separar las consideraciones morales de las abstracciones, de los dudosos logros y de las condiciones de la producción científica de su época. Tal separación, a su juicio, podría desembocar en catástrofes irremediables.

Y es innecesario señalar que el tiempo le ha dado la razón.

Palavras-chave: ciencia moderna; ética; .
Anais da 58ª Reunião Anual da SBPC - Florianópolis, SC - Julho/2006