OLHAR O MAR IMPLICA EM CUIDADOS: O CASO DO PETROLEIRO PRESTIGE NA ESPANHA. LECCIÓNS E APRENDIZAXES DUN INCIDENTE CRÍTICO

 

Pablo Ángel Meira Cartea

Universidade de Santiago de Compostela

 

            El 19 de noviembre de 2002 el petrolero Prestige de hundió frente a las costas de Galicia (noroeste de la Península Ibérica). Tras él dejó más de 50.000 toneladas de petróleo (fuel) que anegaron la costa gallega, afectando también a otras zonas del Golfo de Vizcaya. Ha sido, sin duda, una catástrofe ecológica equiparable a otras que figuran en los anales del ambientalismo moderno (Torre Canyon, 1967; Exxon Valdez, 1989; etc.), pero también se convirtió en un “experimento”, trágicamente enriquecedor, para intentar comprender como se representa y se reacciona en las sociedades “avanzadas” ante la expresión catastrófica de los “riesgos manufacturados” (Giddens, 2000).

 

La incompetencia de las instancias gubernamentales para responder a la emergencia, y el intento consecuente de ocultar su gravedad para evitar los costes políticos que podrían acarrear  hizo que un sector de la sociedad gallega tomase la iniciativa: primero, para “construir la catástrofe” dimensionando la gravedad su impacto ecológico y socio-económico; y, en segundo lugar, para denunciar la estrategia oficial de ocultarla y minimizarla. Lo que comenzó siendo un accidente naval y una catástrofe ecológica acabó convirtiéndose en un conflicto político en el que se pusieron en juego los derechos ciudadanos básicos en una sociedad supuestamente democrática (a recibir información veraz, la libertad de expresión y opinión, etc.). En esta reacción cívica varios fueron los actores sociales que contribuyeron a hacer palpable la amenaza y a articular una respuesta proactiva: algunos medios de comunicación, la comunidad científica local, grupos ecologistas, colectivos profesionales y empresariales ligados al mar, las gentes de las artes y la cultura, el mundo educativo formal y no-formal, etc. Con esta ponencia pretendemos destacar algunas de las claves para comprender la naturaleza del conflicto socio-ecológico generado en torno a una marea negra.

 

En los últimos 30 años ha habido 5 mareas negras en las costas de Galicia: una media de 1,5 mareas negras por década. La primera, en 1970, fue el naufragio de un petrolero, el Polycomander, en la Ría de Vigo. Yo tenía 10 años y recuerdo vívidamente verlo arder en la boca de la Ría desde la ventana de mi casa. No “sucedió nada”: la prensa y la sociedad lo trató como un accidente marítimo más, un suceso desagradable cuyo impacto ecológico se ignoró y cuya incidencia socioeconómica apenas recibió atención.

 

En el año 1992 se produjo la penúltima, vomitada por el Aegean Sea en la Ría de A Coruña, en el noroeste de Galicia. Este incidente si provocó cierta contestación social, encabezada por un movimiento ecologista frágil pero movilizado más allá de sus posibilidades, y a la reacción defensiva de algunos colectivos de pescadores escarmentados por experiencias pasadas. Incluso se llegaron a convocar manifestaciones minoritarias para pedir responsabilidades y exigir reparaciones económicas. El lema Nunca Máis, que ha dado nombre a la plataforma ciudadana de respuesta a la calamidad desatada por el Prestige, nació en ese momento.

 

En esta secuencia, el Prestige desató una respuesta social inesperada, con un impacto dentro de la sociedad gallega y fuera de ella que sorprendió a propios y extraños, empezando por los mismos ciudadanos movilizados y siguiendo por los responsables institucionales de la gestión del incidente.

 

Algo ha cambiado para que la respuesta social ante estos tres sucesos haya sido distinta. La catástrofe del Prestige llegó en un momento en el que la sociedad gallega o, al menos, una parte significativa de la misma, ha alcanzado cierto grado de madurez en lo que se podría calificar como “cultura ambiental”. Ha sido, además, una catástrofe que afectó a todo el litoral gallego y que amenazó la subsistencia de sectores de la población estrechamente ligados al mar. Es, además, un suceso difícil de comprender y de asimilar dada su magnitud y la percepción de vulnerabilidad e indefensión que generó el comportamiento primero inepto y después artero de las administraciones responsables.

 

Ha sido, además, un suceso emocionalmente impactante. Hay que destacar que el mar tiene en Galicia un peso económico notable –aporta el 12% del PIB total de la región- y una relevancia simbólica que lo sitúa entre las señas de identidad del imaginario cultural gallego.

 

La inteligencia social entendió pronto que las administraciones estaban haciendo poco o nada para responder eficazmente a la amenaza, que se había gestionado torpemente el accidente desde un inicio, y que una sucesión de decisiones erráticas -ajenas a cualquier marco de racionalidad- habían propiciado que las oleadas de fuel alcanzasen la costa. El Prestige actuó como un “detonador heurístico”, que permitió a un sector importante de la sociedad apreciar con claridad la naturaleza crítica de la amenaza, aún dentro de la confusión general y de la ilusión de la “no catástrofe” diseñada por las administraciones encargadas de su gestión y  proyectada por los medios de comunicación afines.

 

Ante el cariz del desastre, ecológico pero también político, fue necesario activar todos los resortes sociales, intelectuales, culturales, educativos, etc., que permitieran superar proactivamente el doble trauma inicial. El que se deriva de la misma catástrofe y el creado por la torpe gestión de quien tenía los instrumentos técnicos, económicos y políticos para evitarla o paliar sus efectos. Se pueden identificar algunas claves socio-culturales para entender mejor la naturaleza de la respuesta social (Meira, 2005):

-          la clave identitaria: dado el peso de la singularidad del país gallego, una comunidad o nación integrada en el Estado español con lengua y cultura propias, y también por el papel simbólico y cultural que ha jugado y juega el mar en la construcción de esta identidad;

-          la clave ambientalista: una de las hipótesis con la que trabajamos es que “el tercio” de la sociedad gallega movilizada de forma mas activa se nutre principalmente de las generaciones de la Educación Ambiental. Son aquellas cohortes que se socializaron y escolarizaron en los últimos treinta años, con acceso a una educación (formal, no formal e informal) en la que las cuestiones ambientales fueron adquiriendo una creciente presencia en la cultura común. Son generaciones con “cierta” conciencia ambiental que se activó con la catástrofe;

-          la clave socioeconómica: no es casual que en las Rías Bajas –sur de Galicia-  se concentrara la respuesta social mas contestataria, y tampoco que en la Costa da Muerte, la reacción ciudadana fuese más anodina y minoritaria. La primera es la zona de Galicia más emprendedora y mejor articulada desde un punto de vista social y económico, con un tejido productivo de empresarios autónomos y empresas que viven del mar (marisqueo, acuicultura, etc.); un conglomerado de agentes sociales que tenían mucho que perder. La segunda es una de las comarcas más deprimidas de Galicia: recesión demográfica, emigración, economía débil, etc. De hecho, las gentes de la Costa de la Muerte poco tenían que perder, lo que las hizo más vulnerables a las estrategias gubernamentales de amortiguación del impacto de la catástrofe (inyección de subvenciones y ayudas a fondo perdido, subsidios, etc.);

-          la clave solidaria: no hay palabras para expresar el agradecimiento a los miles de los voluntarios que acudieron desde otras partes del Estado español o el extranjero para ayudar a quitar, literalmente, con las manos el fuel de la costa. Pero también es preciso destacar que dos tercios de los voluntarios fueron también gallegos.

-          la clave política: mucha gente se descubrió como ciudadano o ciudadana en y ante la catástrofe. Recuperando una terminología anglosajona, la ciudadanía gallega participó en un proceso acelerado de “empowerment”: de toma de conciencia sobre la necesidad de asumir el poder, no el de los partidos políticos, sino el poder –o contra-poder- de la sociedad civil autoorganizada.

La catástrofe del Prestige permitió distinguir de forma nítida los mecanismos que operan en una sociedad del riesgo, tanto en la esfera económica como en la cultural. Ulrich Beck diseccionó este tipo de situaciones a partir del análisis de otras catástrofes (Chernobyl, Bhopal, etc.), enunciando su “potencial politizador” (1998a, 1998b). Ante la catástrofe hemos de volvernos más reflexivos, para intentar explicarla y para posicionarnos preventivamente ante ella. El riesgo y la catástrofe transforman en reflexivas a las sociedades modernas, las sitúa ante el espejo de las amenazas que se producen paradójicamente asociadas a las cuotas de bienestar alcanzadas. La catástrofe es un epifenómeno del riesgo: el riesgo se puede ignorar o se puede aceptar calculadamente; la catástrofe, sobre todo la catástrofe en primera persona, no. En este proceso, los ciudadanos y las comunidades pueden llegar a identificarse como sujetos políticos y no solamente como sujetos pasivos, víctimas o afectados. Una de las principales virtudes de la Plataforma Nunca Máis como movimiento social reactivo y proactivo es que nunca reclamó -ni reclama- compensaciones, sino que demanda racionalidad: que se utilice la razón y la transparencia política en la gestión de los recursos naturales y de las amenazas de origen humano y, más específicamente, de aquellas que más tienen que ver con Galicia y con el mar.

 

Según Beck, las catástrofes politizan a la sociedad y en Galicia fue eso, en gran medida, lo ocurrido: se decidió que la política la podemos hacer también los ciudadanos, que somos sujetos con capacidad de tomar y ejercer el poder, aunque las inercias de la democracia representativa tiendan a identificar el campo de lo político como un terreno exclusivo de los partidos y de quienes los dirigen. No fueron pocos los miembros del aparato del partido en el poder (“políticos profesionales”) quienes se quejaron de la injerencia de otros actores (ciudadanos, científicos, profesores, artistas, etc.) en un campo que, quizás, han llegado a creer que era suyo en exclusiva.

 

Nunca Mais, como movimiento cívico es también un agente educativo. En la lectura de sus manifiestos y en sus acciones públicas, una de la líneas de acción más nítidas es la interpretación y reinterpretación permanente de la realidad. Ulrich Beck (2002: 232) enuncia con claridad la cuestión de partida, que es para nosotros la cuestión de llegada: “¿Pero por qué lo político sólo puede estar en su lugar o desarrollarse en el sistema político? ¿Quién dice que la política sólo es posible en las formas y términos de la política gubernamental, parlamentaria o de partido? Quizá lo auténticamente político desaparezca en y del sistema político y reaparezca, transformado y generalizado en una forma que está por comprender y desarrollar, como subpolítica en todos los demás campos sociales”.

 

            Como desvela la sociología del riesgo (Beck, 1998a, 1998b y 2002; Giddens, 1993, 2000), la principal característica de las amenazas que acosan a las sociedades contemporáneas es que tales amenazas surgen como efectos en gran medida inesperados e indeseables del éxito civilizador de la modernidad. La degradación ambiental es una fuente de estas amenazas. La aparición de estos nuevos peligros choca con la aspiración a controlar todos aquellos factores contingentes que generan inseguridad, un rasgo principal del ethos moderno: desde los fenómenos naturales, para lo que nos dotamos con un basto aparato administrativo y científico-técnico de previsión, control y protección civil, hasta los imponderables que amenazan la existencia personal, a los que se responde, en las sociedades desarrolladas, con los sistemas de protección social (sanidad, asistencia social, educación, etc.)-.

 

Las nuevas amenazas, las ambientales y aquellas otras que se están derivando de la globalización (la inestabilidad económica, los desequilibrios Norte-Sur, los flujos migratorios, el terrorismo, el choque de religiones, etc.), abren brechas cada vez más perceptibles en la burbuja de seguridad en que la que pretenden vivir “sociedades del bienestar”. Es un “riesgo percibido”, muchas veces difuso y de baja intensidad, que genera inquietud pero que difícilmente motiva a la acción, bien porque no se vislumbran alternativas, porque se asume como una amenaza a largo plazo o porque los costes de cualquier alternativa se valoran como inasumibles (piénsese, por ejemplo, en el cambio climático).

 

La incógnita que se plantea es si el Prestige es como el árbol que no deja ver el bosque o si es el árbol que indica que más allá hay un bosque. Esto es: si la sociedad es capaz de racionalizar la catástrofe –ésta- como expresión de una amenaza más global e invisible, o si simplemente la percibe como un fenómeno contingente y descontextualizado. Podemos argumentar, por ejemplo, que el Prestige no es, en realidad, “la catástrofe” sino una manifestación local de la “catástrofe verdadera”: se estima en 5.000.000 de toneladas la cantidad de petróleo y derivados vertidos anualmente al mar accidentalmente (el vertido del Prestige supuso, aproximadamente, un  1% de dicha cantidad) (Murado, 2003). De hecho, la principal fuente estimada de contaminación marítima por hidrocarburos son las emisiones difusas de la industria y las ciudades (37%), seguida por los vertidos “normales” en el tráfico de petroleros (33%, por lavado de sentinas, trasferencias de carga, fugas menores, etc.), y sólo en tercer lugar aparecen, con un 12%, los vertidos en accidentes como el protagonizado por el Prestige. Es esta, pues, una catástrofe insidiosa e imperceptible: una parte del ruido de fondo que constituye la nueva conciencia del riesgo. Es la catástrofe más difícil de construir y representar en los procesos de concientización ambiental: no se le puede hacer frente y buscar soluciones a un problema que ni siquiera se percibe y cuya magnitud real se ignora o genera impactos lo suficientemente difusos para no desencadenar los mecanismos sociales de defensa que si activó el Prestige.

 

 

Bibliografía citada

Beck, U. (1998a). La sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós.

Beck, U. (1998b). Políticas ecológicas en la edad del riesgo. Barcelona: El Roure.

Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo global. Madrid: Siglo XXI.

Caride, J. A. y Meira, P.A. (2001): Educación Ambiental y desarrollo humano. Barcelona: Ariel.

Giddens, A. (1993). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Universidad.

Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid: Taurus.

 

Meira, P.Á. (2005). “A catástrofe do Prestige: leituras para a educação ambiental

na sociedade global”. En  Sato, M. Y Carvalho, I. (Org.) Educação ambiental: pesquisa e desafios. Porto Alegre: Armed, pp. 151-179.

 

Murado, M.A. (2003): “A desfeita do Prestige e os aspectos ambientais da contaminación por petróleo”. En Torres, E.J. (Ed.): Prestige: a catástrofe que despertou a Galiza?. Santiago de Compostela: Candeia Editora.